La impensable realidad que el conjunto de la sociedad vive en estos tiempos, recluidos en nuestros hogares ante la amenaza del COVID-19 pone de manifiesto la fragilidad de un sistema llamado sociedad humana, construida y regida por nuestras propias leyes sobre un sistema llamado universo, algo que si analizamos y reflexionamos detenidamente nos llevará a una única respuesta a un único término: incompatibilidad.
Fue en el mundo antiguo, cuando Sócrates formuló por primera vez la ley de causa y efecto, donde la suerte o la casualidad no tienen espacio, sino que todo, absolutamente todo tiene un origen y una consecuencia. En estas semanas, se han compartiendo imágenes y videos de animales aislados o en grupos que están volviendo a ser visibles para todos.
Uno de esos grupos complicados de descubrir son los cetáceos, abundantes en nuestras aguas pero tremendamente complicados de observar debido a su hábitat, a las condiciones climáticas y sobre todo a la presión humana. Algunos de los ejemplos de presión que soportan los cetáceos son los ruidos antrópicos de todo tipo y los cientos de embarcaciones que cada día se desplazan por el litoral, algunas de ellas a muy alta velocidad, en un medio donde debería reinar únicamente el silencio.
También olvidamos, con tremenda facilidad, que el principio de armonía tiene un peso crucial en el funcionamiento de nuestro planeta o sistema desde hace millones de años, definiendo dicha armonía como la relación entre cada una de las partes y el todo, midiendo dicha relación en valores de equilibrio. Valores que curiosamente comienzan a mostrar síntomas de aparente recuperación en poco más de un mes de aislamiento de una especie respecto al sistema. En los primeros días de confinamiento, compartiendo mensajes con una amiga, le hablaba de mis impresiones acerca de los cambios temporales que podría sufrir el planeta debido a un microscópico virus. Le decía que probablemente sería la única vez en mi vida que sería testigo de una disminución de la PPP de Co2 en la atmósfera a causa del cese de las actividades humanas.
Pienso que no me equivocaba y la reclusión forzada en el que estamos sumidos está sirviendo no sólo para frenar el avance del Covid19 sino para darnos cuenta de lo terriblemente dañinos que somos para el todo en el que vivimos. Lo que hemos podido observar en estas semanas no se debe a la casualidad ni a la suerte ni al divino criterio de eso que llaman Dios sino simplemente a la relación entre causa y efecto.
Las sutiles manifestaciones de reequilibrio que presenciamos deberían, de una vez por todas, hacernos entender el camino destructivo que hemos elegido y la obligación de afrontar cambios que evitan ser excluidos del sistema.
No hay tiempo, tenemos y debemos aprovechar la oportunidad, estudiar y entender el complejo mundo natural y su sútil y delicado equilibrio nos permitirá reaprender como especie antes de que la ceguera materialista y consumista vuelva a pisar el acelerador de una sociedad llamada mentira.
Ahora, con la mayor de las prioridades, Lanzarote y el resto de las Islas Canarias deberían apostar por un cambio de paradigma ante un sistema económico con tremendas debilidades e insostenible. La espiral no puede crecer infinitamente, ya es hora de irlo aceptando.
Rafael Mesa
25/04/2020